Por Manuel Blanco Chivite – Betulia Rotten.
El "Cuartel general del generalísimo" (así se denominaba sin miedo al ridículo) en su comunicado dado en Burgos el 1 de abril de 1939 y firmado por "El generalísimo Franco" afirmaba "La guerra ha terminado".
Y surge la pregunta, ¿había terminado realmente? ¿Se acaba realmente la guerra cuando a la misma sucede una dictadura? ¿No es la dictadura la continuación de la guerra por medios igualmente militares y represores y por voluntad única de quienes se dieron por vencedores?
Quienes desencadenaron la guerra, con afán y voluntad de exterminio y deseo y necesidad de reducir a sumisión mediante el terror a los sobrevivientes, mantuvieron esa misma guerra, en forma de dictadura primero y de monarquía pactada tras la desaparición del dictador. El espíritu de dominio y los instrumentos del mismo no se alteraron y permanecen todavía hoy, tanto en las estructuras básicas del Estado como en los partidos que permanecen en el ámbito ideológico del franquismo y de su herencia monárquica, fieles a la memoria del dictador y sus secuaces. Cabría preguntarse por qué.
Platón nos dio hace ya unos años una pequeña pista: "los males de las guerras civiles no terminan mientras los vencedores no dejen de mostrar su rencor con batallas, destierros y ejecuciones y de vengarse de sus enemigos..." Ya, me señala un vecino algo pelma e insistente: pero ¿por qué?
Intentaremos responder a nuestro vecino con un poco de literatura, para no resultar tan pelmas como él. Con el debido permiso, acudo al poemario en prosa e inédito de otro de mis vecinos: "Guerras y paces en tiempo de guerra" y selecciono estas dos aportaciones.
POSDATA. Politólogos, economistas, historiadores y teólogos del momento parecen haber llegado, según informaciones recibidas de fuentes solventes tras poner a punto esta colaboración, a una conclusión casi, casi, casi, definitiva: no acaban la guerra porque para hacerlo deberían haber matado a todos los vencidos, que a fecha actual y según un afinado balance militar, se elevarían a la cifra de 26 millones de fusilados. Todo lo cual plantearía un grave problema, apuntado con mucho acierto por la patronal más encumbrada: si los matamos a todos, ¿quién va a trabajar? Se dice que tan inquietante pregunta salvó a no pocos de la muerte tras el famoso "la guerra ha terminado" del Generalísimo citado al principio que murió, como todos sabemos, sin haberla terminado.
El "Cuartel general del generalísimo" (así se denominaba sin miedo al ridículo) en su comunicado dado en Burgos el 1 de abril de 1939 y firmado por "El generalísimo Franco" afirmaba "La guerra ha terminado".
Y surge la pregunta, ¿había terminado realmente? ¿Se acaba realmente la guerra cuando a la misma sucede una dictadura? ¿No es la dictadura la continuación de la guerra por medios igualmente militares y represores y por voluntad única de quienes se dieron por vencedores?
Quienes desencadenaron la guerra, con afán y voluntad de exterminio y deseo y necesidad de reducir a sumisión mediante el terror a los sobrevivientes, mantuvieron esa misma guerra, en forma de dictadura primero y de monarquía pactada tras la desaparición del dictador. El espíritu de dominio y los instrumentos del mismo no se alteraron y permanecen todavía hoy, tanto en las estructuras básicas del Estado como en los partidos que permanecen en el ámbito ideológico del franquismo y de su herencia monárquica, fieles a la memoria del dictador y sus secuaces. Cabría preguntarse por qué.
Platón nos dio hace ya unos años una pequeña pista: "los males de las guerras civiles no terminan mientras los vencedores no dejen de mostrar su rencor con batallas, destierros y ejecuciones y de vengarse de sus enemigos..." Ya, me señala un vecino algo pelma e insistente: pero ¿por qué?
Intentaremos responder a nuestro vecino con un poco de literatura, para no resultar tan pelmas como él. Con el debido permiso, acudo al poemario en prosa e inédito de otro de mis vecinos: "Guerras y paces en tiempo de guerra" y selecciono estas dos aportaciones.
POSDATA. Politólogos, economistas, historiadores y teólogos del momento parecen haber llegado, según informaciones recibidas de fuentes solventes tras poner a punto esta colaboración, a una conclusión casi, casi, casi, definitiva: no acaban la guerra porque para hacerlo deberían haber matado a todos los vencidos, que a fecha actual y según un afinado balance militar, se elevarían a la cifra de 26 millones de fusilados. Todo lo cual plantearía un grave problema, apuntado con mucho acierto por la patronal más encumbrada: si los matamos a todos, ¿quién va a trabajar? Se dice que tan inquietante pregunta salvó a no pocos de la muerte tras el famoso "la guerra ha terminado" del Generalísimo citado al principio que murió, como todos sabemos, sin haberla terminado.