Análisis de coyuntura tras las elecciones castellano-leonesas para reflexionar sobre la desdiabolización de Vox, los planes del PSOE y el lento declive de Podemos.
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Podemos había logrado diez escaños siete años atrás, un resultado histórico, del que ahora queda un único representante. Por el camino han desaparecido todos los compañeros de bancada de Fernández, que, a pesar de ello, ha ascendido a portavoz estatal del partido morado. Si los resultados de 2019, donde Podemos mantuvo su escaño en Burgos y León, eran un patrón novedoso en la historia de la izquierda castellana, los resultados de 2022 sí se asemejan a lo ya conocido: un escaño, y por los pelos, por Valladolid, como Izquierda Unida en 1991, 1999 y 2011 (sólo en 1995 IU fue capaz de obtener representación en otras provincias). La campaña estuvo centrada en la emigración, las macrogranjas y la despoblación: la paradoja es que muchos de los votantes de Podemos receptores de los discursos sobre la despoblación, no se encuentran en las zonas vaciadas, sino en las ciudades. La clave no era tanto cómo conseguir voto en los pueblos, una hipótesis lejana incluso en los mejores momentos de la formación morada, sino cómo movilizar el voto en las capitales de provincia y comarca afectadas por la pérdida de peso político y económico, donde sí llegó a penetrar el primer Podemos. Parece que no se logró nada de ello.
El mapa territorial de Podemos en los parlamentos autonómicos es desolador. En todo el noroeste peninsular (Asturias, Cantabria, Castilla y León y Galicia), únicamente existen siete diputados del espacio de Podemos e IU. Seis de ellos están en Asturies (4 de Podemos y 2 de IU), donde el porcentaje de voto superó en 2019 el 17%, casi cuatro veces más que en Castilla y León (5%). Lejos de aprender de la excepcionalidad asturiana, la dirección estatal de Podemos lanzó una operación en 2021 para cambiar el rumbo de su organización asturiana, la que más porcentaje de inscritos y participación tenía. El proceso se saldó con denuncias de pucherazo, una intervención de las cuentas sin respaldo legal, despidos de su plantilla y alteración de las mayorías de la dirección con la creación de círculos ‘piratas’. No se asombren: encaja con la estrategia territorial del partido morado en su lucha por el control. En 2019, en plena campaña electoral de las autonómicas, la dirección del partido optaría por tomarse vacaciones, evitando así el surgimiento de baronías territoriales y reforzando el liderazgo central de Iglesias. Cuanto peor, mejor, se creía, semanas antes de desaparecer de varios parlamentos autonómicos.
Pero sería un error pensar que los resultados del 13-F son un problema derivado de la escasa implantación territorial de Unidas Podemos. A día de hoy, cuesta vislumbrar un escenario donde, en unas futuras elecciones, la coalición entre Podemos e IU no empeore sus resultados. Los votantes de Unidas Podemos son, según las encuestas, los más satisfechos con el Gobierno de coalición y, sin embargo, la apatía puede aún crecer. Las bases de Podemos tienen una alta fidelidad, pero falta la motivación para convertirla en ir a las urnas a votar. La ausencia de organización, control democrático y militancia, una bendición para las audaces maniobras de Iglesias en su acceso al poder, es ahora una maldición. Se resistirá en algunos parlamentos y ayuntamientos, sí, pero no parece que existan condiciones para revertir el lento declive de Unidas Podemos.
Es necesaria una patada en el tablero de juego. Alerta Lys Duval: “Despierta, Podemos, despierta: recapacita; sal de una trinchera cada vez más pequeña y más agotada”. Esto no va de un pequeño cambio cosmético en el nombre o en los liderazgos: si no hay un cambio estructural y profundo, estaremos condenados a mantener durante la próxima década un espacio menguante y resistencialista. Un apunte: Si una candidatura de Unidas Podemos camina directa a un fuerte retroceso electoral, una plataforma de Yolanda Díaz atada de pies y manos -o sometida al ‘fuego amigo’- podría encontrarse con dificultades similares (y repetir los 11 escaños de IU en 2011, frente a los 35 actuales). Lo digo con mayor claridad: una plataforma de la Ministra de Trabajo que no actúe ante los déficits democráticos y de movilización que existen en el espacio actual, ante su ausencia de conexión y de impulso del tejido social ampliado (centros sociales, medios de comunicación y empresas de carácter cooperativo, movimientos sociales, sindicatos) y ante la necesidad de un rearme ideológico y de discurso, contará con límites objetivos en su despliegue. Recuerden: la experiencia de las elecciones gallegas o madrileñas nos muestra que una parte significativa del electorado de 2015-2019 votará a cualquier cosa (vieja o nueva) que no sea Unidas Podemos ni PSOE. Pero si no existe esa alternativa, es muy probable que se queden en su casa.
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El lento declive de Podemos.
Pablo Fernández, durante dos legislaturas diputado por su León natal, hacía las maletas y se convertía en candidato por Valladolid. Era la emigración ‘a la morada’. Como no podía ser de otra forma, Podemos perdería la representación en León y salvaba, por los pelos, el escaño en Valladolid, merced a los votos de Izquierda Unida y a una estatalización de la campaña que, en este caso, le favoreció.Podemos había logrado diez escaños siete años atrás, un resultado histórico, del que ahora queda un único representante. Por el camino han desaparecido todos los compañeros de bancada de Fernández, que, a pesar de ello, ha ascendido a portavoz estatal del partido morado. Si los resultados de 2019, donde Podemos mantuvo su escaño en Burgos y León, eran un patrón novedoso en la historia de la izquierda castellana, los resultados de 2022 sí se asemejan a lo ya conocido: un escaño, y por los pelos, por Valladolid, como Izquierda Unida en 1991, 1999 y 2011 (sólo en 1995 IU fue capaz de obtener representación en otras provincias). La campaña estuvo centrada en la emigración, las macrogranjas y la despoblación: la paradoja es que muchos de los votantes de Podemos receptores de los discursos sobre la despoblación, no se encuentran en las zonas vaciadas, sino en las ciudades. La clave no era tanto cómo conseguir voto en los pueblos, una hipótesis lejana incluso en los mejores momentos de la formación morada, sino cómo movilizar el voto en las capitales de provincia y comarca afectadas por la pérdida de peso político y económico, donde sí llegó a penetrar el primer Podemos. Parece que no se logró nada de ello.
El mapa territorial de Podemos en los parlamentos autonómicos es desolador. En todo el noroeste peninsular (Asturias, Cantabria, Castilla y León y Galicia), únicamente existen siete diputados del espacio de Podemos e IU. Seis de ellos están en Asturies (4 de Podemos y 2 de IU), donde el porcentaje de voto superó en 2019 el 17%, casi cuatro veces más que en Castilla y León (5%). Lejos de aprender de la excepcionalidad asturiana, la dirección estatal de Podemos lanzó una operación en 2021 para cambiar el rumbo de su organización asturiana, la que más porcentaje de inscritos y participación tenía. El proceso se saldó con denuncias de pucherazo, una intervención de las cuentas sin respaldo legal, despidos de su plantilla y alteración de las mayorías de la dirección con la creación de círculos ‘piratas’. No se asombren: encaja con la estrategia territorial del partido morado en su lucha por el control. En 2019, en plena campaña electoral de las autonómicas, la dirección del partido optaría por tomarse vacaciones, evitando así el surgimiento de baronías territoriales y reforzando el liderazgo central de Iglesias. Cuanto peor, mejor, se creía, semanas antes de desaparecer de varios parlamentos autonómicos.
Pero sería un error pensar que los resultados del 13-F son un problema derivado de la escasa implantación territorial de Unidas Podemos. A día de hoy, cuesta vislumbrar un escenario donde, en unas futuras elecciones, la coalición entre Podemos e IU no empeore sus resultados. Los votantes de Unidas Podemos son, según las encuestas, los más satisfechos con el Gobierno de coalición y, sin embargo, la apatía puede aún crecer. Las bases de Podemos tienen una alta fidelidad, pero falta la motivación para convertirla en ir a las urnas a votar. La ausencia de organización, control democrático y militancia, una bendición para las audaces maniobras de Iglesias en su acceso al poder, es ahora una maldición. Se resistirá en algunos parlamentos y ayuntamientos, sí, pero no parece que existan condiciones para revertir el lento declive de Unidas Podemos.
Es necesaria una patada en el tablero de juego. Alerta Lys Duval: “Despierta, Podemos, despierta: recapacita; sal de una trinchera cada vez más pequeña y más agotada”. Esto no va de un pequeño cambio cosmético en el nombre o en los liderazgos: si no hay un cambio estructural y profundo, estaremos condenados a mantener durante la próxima década un espacio menguante y resistencialista. Un apunte: Si una candidatura de Unidas Podemos camina directa a un fuerte retroceso electoral, una plataforma de Yolanda Díaz atada de pies y manos -o sometida al ‘fuego amigo’- podría encontrarse con dificultades similares (y repetir los 11 escaños de IU en 2011, frente a los 35 actuales). Lo digo con mayor claridad: una plataforma de la Ministra de Trabajo que no actúe ante los déficits democráticos y de movilización que existen en el espacio actual, ante su ausencia de conexión y de impulso del tejido social ampliado (centros sociales, medios de comunicación y empresas de carácter cooperativo, movimientos sociales, sindicatos) y ante la necesidad de un rearme ideológico y de discurso, contará con límites objetivos en su despliegue. Recuerden: la experiencia de las elecciones gallegas o madrileñas nos muestra que una parte significativa del electorado de 2015-2019 votará a cualquier cosa (vieja o nueva) que no sea Unidas Podemos ni PSOE. Pero si no existe esa alternativa, es muy probable que se queden en su casa.