Artículo de la periodista María José Esteso y Soledad Luque, presidenta de la asociación “Todos los niños robados son también mis niños” analizando el robo de bebés
Origen y evolución
Hablar de bebés robados es adentrarse en uno de los episodios más espeluznantes de nuestra historia reciente, por su extensión en el tiempo, porque se produjo en todos los rincones del Estado, y porque afectó a miles de personas de la manera más cruel imaginada.
Este drama, cuyas consecuencias seguimos padeciendo a día de hoy, no puede tratarse desde una visión simplista como acostumbran a hacer los medios de comunicación. Quedarnos en la superficie, pensando y difundiendo que este crimen tuvo un objetivo meramente lucrativo, es desvirtuar en sí su verdadera naturaleza, además de situar a los criminales en una posición jurídica que en absoluto es la que les debe- ría corresponder.
El hecho de que se produjera durante décadas, desde 1936 hasta bien entrada la democracia, implica tener en cuenta los contextos históricos, políticos e ideológicos donde se cometió el delito. Esto supone una evolución también en el modus operan- di y los motivos a través de distintas etapas o fases, aunque todas ellas enlazadas por el fino y omnipresente hilo de la impunidad.
Se contemplan tres fases principales[1]: La primera está relacionada con el robo de los hijos a las mujeres republicanas; según el Auto de Baltasar Garzón del 18 de noviembre de 2008, se estima que hasta el año 1952, y bajo represión política, fueron robados más de 30.000 niños en cárceles y centros de detención. La segunda etapa se desarrolla a partir del año 1952 y durante toda la dictadura, es la fase más extensa; la ubicación ya no son únicamente las cárceles sino que la inmensa mayoría de robos se produce en clínicas y maternidades. Son en estos mismos centros donde se producen las desapariciones también durante la de- mocracia, donde se centra la tercera etapa, que marca diferencias con las dos anteriores en cuanto al motivo primordial de los robos, como se comentará más adelante. El número de bebés desaparecidos en la segunda y tercera es incalculable.
Los móviles de estos robos varían de una fase a otra. En la primera, el objetivo era se- parar los hijos de las mujeres republicanas por medio de aplastante represión política. Esta segregación infantil estaba basada en la teoría del psiquiatra Antonio Vallejo Nágera, jefe de los Servicios Psiquiátricos Mi- litares de la dictadura franquista y autor de Eugenesia de la Hispanidad y regeneración de la raza en 1937. Una de sus tesis pseu- docientíficas, formado académicamente en la Alemania nazi, es la denominada «teoría del gen rojo», según la cual el marxismo era una enfermedad que daba lugar a una inferioridad intelectual, a degenerados y psicópatas antisociales que había que ex- terminar. En 1938 dirigió un estudio para determinar esta tesis, y para ello utilizó dos grupos de prisioneros republicanos: uno era un grupo de brigadistas y otro es- taba formado por mujeres de la cárcel de Málaga. Las conclusiones de este estudio quedaron reflejadas en La locura y la guerra: psicopatología de la guerra española en 1939, donde queda patente la horripilante y peligrosa teoría de Vallejo Nágera.
Una vez que propugna que esta «enfermedad» se transmitía genéticamente, la forma de evitar que se desarrollase en las personas que la heredaban era separarlas a temprana edad, de sus madres y padres, y reeducarlos en otros ambientes y otras familias. Las cárceles de mujeres eran el sitio propicio para llevar a cabo una segregación infantil en ese momento.
En los años 1940 y 1941 aparecen el Decreto Ley de 23 de noviembre de 1940 (BOE de 1 de diciembre, número 194, pp. 1973 y 1974, del Ministerio de la Gobernación sobre «Huérfanos. Protección a los de la Revolución y la Guerra») y la Ley de 4 de diciembre de 1941 (BOE de 16 de diciembre, página 2136, de Jefatura del Estado, sobre «Registro Civil. Inscripción de niños repatriados y abandonados»). Ambos documentos oficiales legalizaban la apropiación y tutela de las niñas y niños por parte del Estado.
A partir de mediados de los años 50, y du- rante toda la dictadura, los bebés que des- aparecen de los centros hospitalarios son fundamentalmente hijas e hijos de mujeres madres de familia numerosa, humildes o muy pobres, también de mujeres solteras, y casi todas ellas con importantes caren- cias culturales y educativas. En esta segun- da etapa se amplía considerablemente la población que es el objetivo de los robos. El motivo que suponemos como base para continuar cometiendo este crimen en estos años es la nefasta ideología propugnada por el nacionalcatolicismo, donde la excusa de la moral cristiana justificaba el robo de bebés y su reubicación en ‘familias de bien’, con todo lo que significaba esa expresión en la España más recalcitrante y retrógrada del momento, y donde las figuras de autoridad y poder de cualquier ámbito (médico, eclesiástico o funcionariado) se permitían, supuestamente, decidir con qué familia se debía criar un bebé. En los últimos años de la dictadura encontramos también casos de mujeres jóvenes con ideas más adelantadas a las que la época, que eran consideradas «descarriadas», así mujeres separadas o parejas jóvenes primerizas.
Cuando nos adentramos en la tercera etapa, la que se desarrolla ya en la democracia, vemos que la tipología de casos no varía sustancialmente de los ocurridos en la segunda fase, aunque podría considerar- se que la motivación más relevante es la económica, la de lucrarse únicamente.
Al hablar del modus operandi, también hay diferencias entre las etapas. Mientras que en la primera, las mujeres republicanas eran conscientes de que les arrebataban a sus hijas e hijos, las mujeres de las etapas posteriores eran engañadas al decirles que sus bebés habían muerto. Tanto una como otra forma de actuar son extremadamente infames y despiadadas, pero la mentira a la que fueron sometidas las mujeres de la segunda y tercera etapa desencadenó, después de décadas de sufrimiento y una vez que son conscientes del engaño, una explosión de destructivos sentimientos que están haciendo de las vidas de estas mujeres un infierno. En la siguiente sección, se mostrará con más detalle esta situación.
Algo que no debemos perder de vista es que no se produce una ruptura entre las diferentes etapas o fases. Por tanto, no podemos hablar de mutación entre ellas sino de una evolución fruto de la continuidad. No podemos hacer una separación abrupta ya que «Las etapas de las que se ha hablado no son episodios aislados de nuestra historia reciente, sino que todas se relacionan a lo largo de una misma línea temporal cuyo punto hilo conductor es la impunidad y que llega hasta época muy próxima debido a la ausencia de una ruptura profunda con algunos ambientes sociales, políticos y jurí- dicos de una época que ni siquiera se puede todavía investigar ni enjuiciar».
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