LA CRONIFICACIÓN DEL VERSO.
Por Pedro A. Curto en Irreverentes.org
“La claridad absoluta no es claridad”, dice uno de los versos del libro Segunda crónica en verso (El Garaje ediciones) del autor avilesino Francisco Javier Rodríguez Amorín, que destacado en la contraportada, se aproxima a la visión del autor japonés Junichiro Tanizaki, que en su ensayo El elogio de la sombra, profundiza en la necesidad de que para ver son necesarios los claroscuros, las zonas en sombra, las penumbras, pues es ahí donde la agudización de la vista nos permite huir del deslumbramiento de la luz excesiva, de que todo es claro y se ve a primera vista, pues el ojo necesita un aprendizaje, ver más allá de las apariencias. Y nuestro mundo actual es un mundo de apariencias, aparte de que la poesía nació para escarbar en lo oculto. Se trata de crear una realidad poética, para agujerear la realidad formal de nuestras sociedades y vidas, una poesía necesaria, que no lo parece tanto pues no se encuentra ni en la poesía formal e institucional, ni en la mayoría de fregaos poéticos modernos o posmodernos, que suelen exhibir una falta de contenidos que ceden a una estética supuestamente transgresora, por la cual llevar pañuelo pirata en la cabeza es toda una rebelión. Amorín se independiza y singulariza, por lo que aún sin escapar de la tradición, (la de Breton y la escritura automática señala el prologuista), traza su propio camino. Ni académico, ni pirata, no parece que sus versos o la prosa poética, vayan a tener muchos seguidores. Lo cual no deja de ser una perdida, pero al mismo tiempo le dota de unas alas de libertad con las cuales volar.
“Lloverán estatutos y palanganas…/Dejemos a los grillos en su caja”, “Traducido la dialéctica a la estética, se nos ahoga/ la laringe, como consecuencia de un empleo mal pagado”, y el definitivo “No se junta con quien trabaja/ dificultosamente la masa gris de las palabras.” Se percibe un descontento poético y social, de quien se reconoce mirándose al espejo, “Alguna vez seré más/ como un visionario frente a sus revoluciones” y en ese ser/no ser, lleva a poemas como el distópico 2142 y él, a mí juicio, uno de los más logrados, Atracción, unas porciones de intimidad que nada envidian al “Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi”, de cierta poesía laureada.
Este es el primer libro que publica Francisco Javier Rodríguez Amorín, pero que llega tras una destilación de varias décadas escribiendo versos, buscando su propia voz, lo cual se percibe en su lectura, la de un trabajador siderúrgico que ha inyectado a la conciencia de clase, la consciencia cultural e intelectual, necesaria para toda forma de liberación. Es la “aristocracia” que no traiciona a su clase, sino que la empodera, frente a la aristocracia formalmente obrerista de lo chabacano, del gin tonic, el puticlub y el Marca.
“La claridad absoluta no es claridad”, dice uno de los versos del libro Segunda crónica en verso (El Garaje ediciones) del autor avilesino Francisco Javier Rodríguez Amorín, que destacado en la contraportada, se aproxima a la visión del autor japonés Junichiro Tanizaki, que en su ensayo El elogio de la sombra, profundiza en la necesidad de que para ver son necesarios los claroscuros, las zonas en sombra, las penumbras, pues es ahí donde la agudización de la vista nos permite huir del deslumbramiento de la luz excesiva, de que todo es claro y se ve a primera vista, pues el ojo necesita un aprendizaje, ver más allá de las apariencias. Y nuestro mundo actual es un mundo de apariencias, aparte de que la poesía nació para escarbar en lo oculto. Se trata de crear una realidad poética, para agujerear la realidad formal de nuestras sociedades y vidas, una poesía necesaria, que no lo parece tanto pues no se encuentra ni en la poesía formal e institucional, ni en la mayoría de fregaos poéticos modernos o posmodernos, que suelen exhibir una falta de contenidos que ceden a una estética supuestamente transgresora, por la cual llevar pañuelo pirata en la cabeza es toda una rebelión. Amorín se independiza y singulariza, por lo que aún sin escapar de la tradición, (la de Breton y la escritura automática señala el prologuista), traza su propio camino. Ni académico, ni pirata, no parece que sus versos o la prosa poética, vayan a tener muchos seguidores. Lo cual no deja de ser una perdida, pero al mismo tiempo le dota de unas alas de libertad con las cuales volar.
“Lloverán estatutos y palanganas…/Dejemos a los grillos en su caja”, “Traducido la dialéctica a la estética, se nos ahoga/ la laringe, como consecuencia de un empleo mal pagado”, y el definitivo “No se junta con quien trabaja/ dificultosamente la masa gris de las palabras.” Se percibe un descontento poético y social, de quien se reconoce mirándose al espejo, “Alguna vez seré más/ como un visionario frente a sus revoluciones” y en ese ser/no ser, lleva a poemas como el distópico 2142 y él, a mí juicio, uno de los más logrados, Atracción, unas porciones de intimidad que nada envidian al “Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi”, de cierta poesía laureada.
Este es el primer libro que publica Francisco Javier Rodríguez Amorín, pero que llega tras una destilación de varias décadas escribiendo versos, buscando su propia voz, lo cual se percibe en su lectura, la de un trabajador siderúrgico que ha inyectado a la conciencia de clase, la consciencia cultural e intelectual, necesaria para toda forma de liberación. Es la “aristocracia” que no traiciona a su clase, sino que la empodera, frente a la aristocracia formalmente obrerista de lo chabacano, del gin tonic, el puticlub y el Marca.