La memoria de la División Azul
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Por Jesús Rodríguez Barrio, miembro de La Comuna.
El pasado día 6 de abril, una juez de Madrid ha paralizado el cambio en el nombre de la calle “Caídos de la División Azul” que había promovido el Ayuntamiento de Madrid en aplicación de la Ley de Memoria Histórica. El argumento principal de la sentencia es que la División Azul no tuvo relación alguna con la guerra civil ni con la dictadura franquista puesto que fue una unidad militar de voluntarios creada con la exclusiva finalidad de luchar contra el comunismo soviético. Veamos la cuestión.
Es un hecho establecido desde hace mucho tiempo por la historiografía de la Segunda Guerra Mundial (cada vez más abundante y documentada) que la campaña de Hitler en el Frente Oriental tenía principalmente como objetivo la conquista de un “Espacio Vital” (Lebensraum) en la Europa Central y Oriental. Según palabras del historiador inglés Anthony Beevor (Historia de la Segunda Guerra Mundial, p. 591): “El Plan General del Este (Generalplan Ost) postulaba un imperio alemán que llegaba hasta los Urales, con autopistas que unían las nuevas ciudades, poblaciones satélites y aldeas y granjas modelo habitadas por colonos armados, mientras que los Untermenschen (infrahumanos), reducidos a la condición de ilotas habrían estado obligados a trabajar la tierra”. Es decir: para su puesta en práctica, ese plan requería la eliminación de una parte importante de la población de los territorios conquistados, que serían sustituida por los colonos de la raza superior, mientras que el resto de los habitantes serían reducidos a la condición de esclavos.
La primera ocasión para la puesta en práctica de dicho plan se presentó cuando la ciudad de Leningrado (la segunda en importancia de la Unión Soviética) fue cercada por la Whermacht. El Grupo de Ejércitos Norte, al mando del mariscal Ritter Von Leeb, completó el cerco de la ciudad en los primeros días del mes de septiembre de 1941. Según palabras recogidas en un memorándum del teniente general Walter Warlimont (miembro del estado mayor de operaciones de Hitler) y citadas por el historiador inglés Alan Wykes (El Sitio de Leningrado, p. 64) el objetivo del asedio era: “Cerrar a Leningrado herméticamente, debilitarla después por el terror (p. ej., ataques aéreos y de artillería) y el hambre. En primavera ocuparemos la ciudad, deportaremos a los supervivientes al interior de Rusia y arrasaremos el lugar con explosivos de gran potencia”.
En esta “noble” empresa participaron los voluntarios españoles (principalmente fascistas) que formaban parte de la 250 división de infantería de la Whermacht, popularmente conocida en España como la División Azul. Y se aplicaron en ella con notable eficiencia, tanto que, como recoge Beevor en su ya citada obra (p. 573), tuvieron una intervención decisiva (a costa de grandes pérdidas) para evitar que el Ejército Rojo completase la liberación de la ciudad en la primavera de 1943. Como consecuencia de ello las 85 piezas de artillería pesada que, desde el principio del asedio, habían machacado a la población civil de Leningrado pudieron continuar haciéndolo durante diez meses más. La brillante actuación de la División Azul fue generosamente reconocida, con más de dos mil condecoraciones militares, por la Whermacht, incluyendo una cruz de caballero con hojas de roble (la más alta condecoración del ejército nazi) que el mismo Adolf Hitler entregó personalmente en Berlín al comandante de la división, el general Agustín Muñoz Grandes.
El asedio de Leningrado fue completamente levantado por el Ejército Rojo el 27 de enero de 1944. Los historiadores más solventes reconocen que fue una operación de exterminio a gran escala que causó la muerte a un millón y medio de civiles como consecuencia del hambre, el frío y los bombardeos aéreos y de artillería, cuyo objetivo principal era exterminar y aterrorizar a los habitantes de la ciudad.
Otro punto fuerte de la maquinaria de exterminio nazi fueron los Campos de Exterminio, situados todos ellos en la Europa Oriental. A diferencia de los otros campos de concentración, éstos no pretendían utilizar el trabajo esclavo de los prisioneros. Su objetivo era, simplemente, el exterminio racial. Sus víctimas fueron, principalmente, miembros de los grupos de población considerados “inferiores” (en su mayor parte judíos) de la Europa Central y Oriental, incluyendo Polonia, Ucrania, Bielorrusia y la Rusia Europea, los territorios que debían constituir el imperio colonial nazi.
Treblinka, Maidanek, Sovibór, Chelmno, Belzec y Auschwitz-Birkenau son los nombres del horror. Solo en Treblinka y Auschwitz fueron exterminadas más de dos millones de personas. Todos estos campos fueron liberados por el Ejército Rojo en 1944 y 1945. El mismo ejército contra el que lucharon los voluntarios españoles del ejército nazi contribuyendo, de forma objetiva, a prolongar la duración del horror.
Los familiares y descendientes de los voluntarios españoles que murieron combatiendo en la División Azul tienen el incuestionable derecho humano de recordar y honrar, de forma privada, la memoria de sus antepasados. Pero en una sociedad democrática la memoria pública debe de estar reservada a las personas o colectivos que han contribuido, de alguna manera, al progreso y el bienestar de la humanidad. Y este no es el caso.
Porque no importa cuales fueran las motivaciones subjetivas de aquellos voluntarios, ni siquiera las que pudieran tener sus dirigentes. El hecho objetivo e incuestionable es que formaron parte de una maquinaria militar al servicio de un proyecto de conquista colonial y exterminio y esclavitud racial (que eso, y no otra cosa, fue la campaña militar de Hitler en el Frente Oriental) en el cual el dictador Franco también colaboró enviando una fuerza militar en apoyo del ejército nazi como agradecimiento a la imprescindible ayuda que había recibido de Hitler durante la guerra civil española.
El mantenimiento de cualquier símbolo público en honor de su memoria es una ofensa para las víctimas del franquismo, para las víctimas del nazismo, para todos los españoles que lucharon por la libertad en aquellos años terribles y para todos los defensores de los derechos humanos en el mundo, que no pueden entender cómo, a día de hoy, una división militar de voluntarios del ejército nazi puede tener dedicada una calle en la capital de España. Algo inimaginable en cualquier país democrático de la Europa Occidental con la que constantemente pretenden homologarse los políticos del régimen que nos gobierna.