Enfermeras: vacunas, ciencia y pasión por la prevención.
Florentino Pérez Raya es presidente del Consejo General de Enfermería.
05/08/2021
Las enfermeras y enfermeros somos fundamentales en esta pandemia, tanto en el cuidado del paciente como en la vacunación de la población general. Nuestro papel se extiende antes y después de la inmunización, acompañando a las personas con humanidad y empatía. Somos las mayores defensoras de la prevención.
Será el paso del tiempo lo que nos proporcione la perspectiva suficiente para asimilar lo que hemos vivido en el último año y medio. Como enfermeras y enfermeros, y como ciudadanos, seguimos expectantes y esperanzados mientras observamos cómo la ciencia puede revertir gracias a la vacunación esta pesadilla que nadie imaginó.
De forma paralela, no dejamos de luchar en los hospitales por sacar adelante a los pacientes que, en menor medida, ingresan por las complicaciones de su infección. Todo ello sin dejar de cuidar a las personas con cáncer, a los diabéticos, a los pacientes pluripatológicos o de atender partos. Como todos sabemos, el abordaje de todo ese universo de patologías ajenas al coronavirus se ha visto resentido.
Las enfermeras, que lo hemos dado todo desde que comenzó la pandemia con un grado de esfuerzo y sufrimiento inimaginable, ahora desempeñamos una labor crucial en el proceso de vacunación de la población. La inmunización a gran escala que se inició a finales del año pasado supone una operación de medicina preventiva sin precedentes.
Sabíamos que iba a salir bien. Si al principio hubo retrasos, fue debido a la escasez de dosis y a problemas logísticos a escala nacional e internacional. Pero en lo que se refiere al personal, la movilización de las enfermeras para desempeñar esta misión fue, sin duda, garantía de eficacia y seguridad. Pero sería un error de base considerar a las enfermeras como meras administradoras de dosis con la inmunización frente al COVID-19.
Pese a las imágenes de los centros de vacunación –en hospitales, estadios o empresas– con colas de ciudadanos que descubren su brazo para recibir el pinchazo, no podemos caer en el error de limitar el acto vacunal a un momento puntual, ni mucho menos considerarlo como una suerte de cadena de montaje o pensar que los seres humanos son sujetos pasivos y aborregados que se ponen la vacuna porque lo dicen las administraciones sanitarias o el Gobierno. No, nada de eso.
Viendo cómo se gestaban las sucesivas fases del desarrollo y la comercialización de las distintas vacunas hemos sido testigos privilegiados del avance de la ciencia, de cómo el saber y los avances tecnológicos pueden cambiar el destino de la humanidad, de evitar que la muerte entre por la puerta de los hogares y destroce familias enteras.
Y en ese proceso admirable, las enfermeras no solo administramos la vacuna, sino que participamos en todo momento: antes, durante y después.
Antes de vacunar hay que entrevistar y analizar las condiciones de salud de base del paciente, así como saber manipular y preparar las dosis. Las enfermeras estamos muy formadas en este campo. Después de la inoculación nuestra labor no termina. Entonces hay que estar alerta –y registrar– cualquier posible reacción adversa al virus atenuado o al ARN modificado, según la vacuna que reciba el ciudadano. Las enfermeras estamos preparadas para actuar ante una emergencia que podría darse como consecuencia de la vacuna o cualquier percance que pudiera sufrir cualquiera de las personas que aguardan su turno.
Hay otra labor silenciosa y no siempre valorada. Desde hace demasiados años, las vacunas se ven rodeadas de un halo de escepticismo y recelo alentado por colectivos antivacunas que ignoran que este avance de la medicina probablemente es el responsable de que ellos estén aquí divulgando noticias falsas y no perdieran la vida a los cinco años por una enfermedad evitable.
Las personas que acuden a vacunarse frente al COVID-19 muchas veces expresan dudas, miedos o nervios. En esos momentos previos y durante la administración de la vacuna, las enfermeras tenemos un papel crucial al proporcionar a la población información fiable y, sobre todo, con humanidad y empatía. Esto es algo inherente a la condición de enfermera.
Las enfermeras somos las mayores defensoras de la prevención, en todos los sentidos, y tenemos que trasladar esa pasión a los pacientes, de cómo, más allá de las vacunas, podemos cuidarnos para evitar algunos problemas de salud en el futuro.
También la sociedad debe aprovechar la desgracia en la que estamos sumidos para valorar los avances científicos, la salud pública o los roles de los profesionales sanitarios. La pandemia ha monopolizado prácticamente todas las conversaciones y las informaciones en los medios de comunicación, y eso ha propiciado que la población aumente su nivel de conocimiento de algunos aspectos de la epidemiología, las vacunas o la microbiología.
Quedémonos con el lado positivo de esta emergencia sanitaria, que ha dejado dolor y ruina económica. Aprendamos de todo esto para saber afrontar desde el punto de vista científico, humano, económico o emocional otras crisis sanitarias que pueden esperarnos en un futuro próximo.
05/08/2021
Las enfermeras y enfermeros somos fundamentales en esta pandemia, tanto en el cuidado del paciente como en la vacunación de la población general. Nuestro papel se extiende antes y después de la inmunización, acompañando a las personas con humanidad y empatía. Somos las mayores defensoras de la prevención.
Será el paso del tiempo lo que nos proporcione la perspectiva suficiente para asimilar lo que hemos vivido en el último año y medio. Como enfermeras y enfermeros, y como ciudadanos, seguimos expectantes y esperanzados mientras observamos cómo la ciencia puede revertir gracias a la vacunación esta pesadilla que nadie imaginó.
De forma paralela, no dejamos de luchar en los hospitales por sacar adelante a los pacientes que, en menor medida, ingresan por las complicaciones de su infección. Todo ello sin dejar de cuidar a las personas con cáncer, a los diabéticos, a los pacientes pluripatológicos o de atender partos. Como todos sabemos, el abordaje de todo ese universo de patologías ajenas al coronavirus se ha visto resentido.
Las enfermeras, que lo hemos dado todo desde que comenzó la pandemia con un grado de esfuerzo y sufrimiento inimaginable, ahora desempeñamos una labor crucial en el proceso de vacunación de la población. La inmunización a gran escala que se inició a finales del año pasado supone una operación de medicina preventiva sin precedentes.
Sabíamos que iba a salir bien. Si al principio hubo retrasos, fue debido a la escasez de dosis y a problemas logísticos a escala nacional e internacional. Pero en lo que se refiere al personal, la movilización de las enfermeras para desempeñar esta misión fue, sin duda, garantía de eficacia y seguridad. Pero sería un error de base considerar a las enfermeras como meras administradoras de dosis con la inmunización frente al COVID-19.
Pese a las imágenes de los centros de vacunación –en hospitales, estadios o empresas– con colas de ciudadanos que descubren su brazo para recibir el pinchazo, no podemos caer en el error de limitar el acto vacunal a un momento puntual, ni mucho menos considerarlo como una suerte de cadena de montaje o pensar que los seres humanos son sujetos pasivos y aborregados que se ponen la vacuna porque lo dicen las administraciones sanitarias o el Gobierno. No, nada de eso.
Viendo cómo se gestaban las sucesivas fases del desarrollo y la comercialización de las distintas vacunas hemos sido testigos privilegiados del avance de la ciencia, de cómo el saber y los avances tecnológicos pueden cambiar el destino de la humanidad, de evitar que la muerte entre por la puerta de los hogares y destroce familias enteras.
Y en ese proceso admirable, las enfermeras no solo administramos la vacuna, sino que participamos en todo momento: antes, durante y después.
Antes de vacunar hay que entrevistar y analizar las condiciones de salud de base del paciente, así como saber manipular y preparar las dosis. Las enfermeras estamos muy formadas en este campo. Después de la inoculación nuestra labor no termina. Entonces hay que estar alerta –y registrar– cualquier posible reacción adversa al virus atenuado o al ARN modificado, según la vacuna que reciba el ciudadano. Las enfermeras estamos preparadas para actuar ante una emergencia que podría darse como consecuencia de la vacuna o cualquier percance que pudiera sufrir cualquiera de las personas que aguardan su turno.
Hay otra labor silenciosa y no siempre valorada. Desde hace demasiados años, las vacunas se ven rodeadas de un halo de escepticismo y recelo alentado por colectivos antivacunas que ignoran que este avance de la medicina probablemente es el responsable de que ellos estén aquí divulgando noticias falsas y no perdieran la vida a los cinco años por una enfermedad evitable.
Las personas que acuden a vacunarse frente al COVID-19 muchas veces expresan dudas, miedos o nervios. En esos momentos previos y durante la administración de la vacuna, las enfermeras tenemos un papel crucial al proporcionar a la población información fiable y, sobre todo, con humanidad y empatía. Esto es algo inherente a la condición de enfermera.
Las enfermeras somos las mayores defensoras de la prevención, en todos los sentidos, y tenemos que trasladar esa pasión a los pacientes, de cómo, más allá de las vacunas, podemos cuidarnos para evitar algunos problemas de salud en el futuro.
También la sociedad debe aprovechar la desgracia en la que estamos sumidos para valorar los avances científicos, la salud pública o los roles de los profesionales sanitarios. La pandemia ha monopolizado prácticamente todas las conversaciones y las informaciones en los medios de comunicación, y eso ha propiciado que la población aumente su nivel de conocimiento de algunos aspectos de la epidemiología, las vacunas o la microbiología.
Quedémonos con el lado positivo de esta emergencia sanitaria, que ha dejado dolor y ruina económica. Aprendamos de todo esto para saber afrontar desde el punto de vista científico, humano, económico o emocional otras crisis sanitarias que pueden esperarnos en un futuro próximo.
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